martes, 20 de diciembre de 2011

Paillán y la cosmovisión del cine indígena

elcinceldeamado.blogspot.com

Por Raúl Ortiz - Mory
Foto: Dieter Castañeda

El contraste que encierra Jeannette Paillán es atractivo: lleva una trapelacucha, adorno pectoral tradicional que utilizan las mujeres mapuches, algo parecido al accesorio de una princesa nativa, y una tablet de última generación que manipula con entusiasmo desmedido y por la que desliza sus dedos con armonía. Lo ancestral en conjunción con lo modernidad. La inevitable conexión de la comunidad al ciberespacio en tiempos de la globalización más salvaje. Paillán siempre sonríe, hasta cuando enfila su artillería contra los medios que, como dice ella, muestran de manera errónea la realidad indígena seducidos por extraños intereses.

En una amplia sala de la sede central de la Comunidad Andina de Naciones, en Lima, se hizo el lanzamiento oficial del premio Anaconda, un reconocimiento al cine indígena y afro de la Amazonía latinoamericana y el Caribe, que tiene entre su jurado a Paillán, realizadora mapuche pionera del cine indigenista. Quien también es presidenta de la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas – CLACPI, es referente natural del documental de denuncia en Chile. Con ella conversamos sobre cómo el cine llega a más espacios y, a la vez, sirve de instrumento para reflejar realidades completamente ajenas a las sociedades occidentalizadas.

¿Cómo se entiende el concepto de un cine indígena?

Es la misma pregunta que yo me hago. Creo que antes de hablar de un cine indígena tendríamos que referirnos a un proceso para alcanzar esa denominación. Si tendríamos que hablar de elementos estéticos o algunas características diferenciadas debería decir que estamos en construcción. Sobre todo porque lo indígena no es homogéneo. Cuando hablamos de lo indígena no podemos decir que se trata de una sola cultura. No podemos decir que un indígena de México es igual a uno de la Patagonia, o de la Amazonía, o de los Andes, no todos son iguales. Y en el cine sucede algo parecido. Hay experiencias muy interesantes en Bolivia y en Brasil donde existe un trabajo de mayor avance y experiencia. Como CLAPCI nos interesa, y estamos trabajando en ello, para que a través de la tecnología, en este caso el video, rescate y visualice aspectos de la vida indígena que habitualmente los medios de comunicación no muestran y cuando lo hacen se muestra de una manera que no quisiéramos.

Quizá el tema del tratamiento visual no ha sido algo que haya preocupado demasiado a las producciones indígenas en comparación al contenido. En la mayoría de los casos se suele asociar estas producciones a temas de protesta o denuncia ¿Crees que es así?

Creo que tiene que ver con las cosas que nos suceden. Cada realizador, más allá de que sea indígena o no, trabaja sobre lo que sabe y conoce. Un documental, que es el género más usado en el cine indígena, recoge las experiencias y los problemas que vive una comunidad porque quiere mostrar la realidad tal cual. Para cumplir ese objetivo, el cine también es un buen medio. Si bien la realidad de los pueblos indígenas es bastante dura, las protestas o las denuncias no son los únicos temas que preocupan a los indígenas. También tenemos el aspecto religioso o sagrado que centra una de las características vitales de nuestros pueblos. Y aquí hay una distorsión desde la mirada de las personas que no son indígenas. Estas personas perciben lo indígena como algo chamánico, es como si estuvieran buscando que siempre sea así, cuando en realidad se trata de una visión distinta del mundo. Se ha creado un esteriotipo.

Es que los no indígenas lo aprecian con una mirada más cercana al tipo de vida occidental, ignoran su cosmovisión

Claro, es una idea que se tiene desde pequeños respecto a lo que es el mundo indígena. Se piensa que siempre será algo exótico porque nos basamos en las experiencias de las personas extranjeras, de Estados Unidos o Europa, que han fotografiado o grabado la vida de los indígenas desde otra perspectiva y esa es la idea que se ha transmitido en los medios de comunicación. Por ejemplo, en las décadas de los setenta u ochenta del siglo pasado se hablada del tema amazónico desde el punto de vista de su medicina o de las comunidades no contactadas, como algo exótico. Desde los noventas se empieza a ver a las comunidades indígenas, sobre todo latinoamericanas, en el marco de un proceso reivindicativo a través de los derechos de los pueblos indígenas.

¿Crees que los grandes medios de comunicación les han hecho mala promoción a las comunidades indígenas al mostrarlas de forma pintoresca y no entender la esencia de su cultura?

No es casualidad, creo que hay grandes intereses detrás de todo. A ellos les interesa que la sociedad en general tenga una mirada particular de lo indígena. En el caso mapuche, que es una realidad más cercana para mí, lo que le interesa mostrar a los medios de comunicación y a la prensa en general es que somos un pueblo conflictivo que quema camiones y que se resiste a cualquier tipo de alternativa que lleve progreso y adelanto. Eso es lo que venden los medios y lo que hacen creer a la opinión pública.

¿Qué impresión tienen los pobladores indígenas sobre el cine como una herramienta para darse a conocer?

Para las comunidades representa una especie de gran aire, una oportunidad de difundir algo distinto a lo que normalmente se presenta. Por el otro lado, al poblador indígena le interesa ver más producciones cinematográficas, quiere saber cómo es el mundo más allá de sus zonas y si existen similitudes con sus propias preocupaciones, por ejemplo con los problemas de tierras. Algo que se parezca mucho a la realidad que ellos viven.

Tus producciones han sido catalogadas de polémicas y confrontadoras ¿Qué te motiva a seguir adelante como realizadora de documentales de denuncia?

Lo mejor que le puede pasar a uno es hacer lo que le gusta. Yo me metí en un área poco común que ahora desde el CLAPCI se ha convertido en necesidad. El hecho de poder vincularme con otras realidades me hace sentir que todavía estoy en deuda. Para mí es una necesidad. Yo veo mis trabajos pasados y siento que ya no quiero hacer lo mismo. Creo que debo decir lo mismo pero de una manera diferente y el cine me ofrece esa oportunidad.

¿Crees que la ficción podría mostrar una cara nueva de la realidad indígena?

No creo que la ficción sea la única alternativa. El documental de temática indígena, tan fuerte como lo conocemos en América Latina, para un creador tiene su época y su tiempo. Hoy la dinámica es otra. Tenemos que dejar de hablar para nosotros mismos, tenemos que llegar a un público más amplio.

¿Tiene que ver con la maduración del creador?

Sin duda. Como te digo, creo que debemos llegar a otros, a los que no están convencidos, pero para eso hay que prepararnos. No solo podemos decirlo por medio de la ficción, también está la animación o lo experimental. Hoy no hay un estándar de género o formato, los temas indígenas se pueden expresar de muchas maneras. Debemos llegar a ese público que cuando ve una producción indígena está pensando en que verá una producción mala por su sonido o su imagen o que verá un tipo de cine etnográfico.

Dentro de la industria chilena, ¿cómo está visto el cine indígena?

Creo que habría que preguntarnos si existe una industria chilena (risas) o latinoamericana. Todavía hay mucho por hacer.