Alberto Becerril, Mujer filmando, San Mateo del Mar, 1986 |
No es gratuito que ciertas instituciones se interesen en los textos del pasado; tampoco lo es si sucede durante un período estratégico para el acontecer histórico de una nación. En el momento de su consagración y/o mientras sean redituables, los proyectos de comunicación intercultural son absorbidos por las instituciones sin importar el tipo de cuestionamiento que hagan sobre las mismas; tal es el caso de la primera experiencia de transferencia de medios hacia una comunidad étnica en México.
Todo proyecto artístico y/o cultural guarda dimensiones políticas. Estas se confunden usualmente con las dinámicas de poder existentes entre los actores involucrados (instituciones, autores y público). Si se atiende al pensamiento de Jacques Ranciere, es posible notar que la cualidad más relevante sobre dicha dimensión consiste en la trascendencia del paradigma del ordenamiento. Cada encuadre tiene sus propias fronteras, límites aparentemente estáticos, de movilidad irregular e inestabilidad caprichosa, que reflejan el sentido original de lo político. Por tanto, una dimensión política integral posibilita la existencia de un campo de distribución espacio-temporal, así como un momento para disensos donde prácticamente TODOS pueden hablar y opinar.
Consideradas como ingenuas por algunas instituciones, las iniciativas ciudadanas son capaces de incidir directamente sobre los modos de acción de aquéllas; si no como tal, por lo menos han logrado inspirar ciertas iniciativas que terminan siendo obra y gracia de la institución. Ejemplo de ello es la restauración del corpus fílmico sobre el Primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar: capacitación técnica a partir de la cual un grupo de tejedoras Ikood realiza tres cintas durante 1985. El proyecto fue censurado en su momento y actualmente sólo se conoce una de las producciones, mientras que las dos restantes duermen en las bóvedas de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Cabe mencionar que dicho proyecto tuvo una relevancia sociocultural tanto para la comunidad protagonista como para la propia historia del cine.
Muchos han sido los momentos álgidos de aquel proyecto, hecho que refleja ciertas circunstancias de enmarcamiento. Su focalización tiene fundamento en intereses ajenos a la esencia del proyecto. Desafortunadamente, eso sucedió durante la década de los ochenta –época en que se realizó y exhibió por primera vez Leaw amangoch tinden nop Ikoods (La vida de una familia Ikoods), única cinta que se conoce de dicha experiencia– y los noventa; no sería extraño que esto ocurriera de nuevo ahora que la institución ha autorizado la restauración de dicho material.
¿Por qué, de la noche a la mañana, tras veintiséis años de olvido institucional, deciden restaurar un proyecto censurado que, a su vez, es pionero de la comunicación intercultural en México?
El proyecto Primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar se encontraba sumido en el olvido de los principales involucrados. Y con justa razón pues el epílogo no fue nada generoso. Sin embargo, esto no sucedió en el ámbito académico pues los especialistas han estudiado el caso desde su surgimiento: se continúa proyectando en seminarios de cine etnográfico, existen amplios debates acerca de su trascendencia e, incluso, se siguen dedicando estudios completos para esclarecer esa experiencia.
Cuando la institución y sus involucrados ya-no-amnésicos notaron que dicha restauración podría ser sustentable, nunca pensaron en los cientos de académicos y estudiantes que han revisado una y otra vez el único material que avala la existencia del proyecto, ni en los actores sociales que apuestan por un fomento integral de la comunicación intercultural. Afortunadamente, la existencia de estos “invisibles” ha extendido la memoria colectiva respecto al caso, mediante la recreación y actualización de una historia que, de ser por la institución, sólo existe si representa una cifra cuantiosa en su informe anual de actividades.
En suma, es interesante notar que la plusvalía de un proyecto varía en relación con la inestabilidad de lo político, pues mientras a casi nadie parece interesarle –ni siquiera a los propios involucrados– inminentemente se convierte en un objeto de culto para después ser olvidado. Tómese esta reflexión como un falso augurio de lo que sucederá con la restauración del material fílmico sobre el Primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar.
Todo proyecto artístico y/o cultural guarda dimensiones políticas. Estas se confunden usualmente con las dinámicas de poder existentes entre los actores involucrados (instituciones, autores y público). Si se atiende al pensamiento de Jacques Ranciere, es posible notar que la cualidad más relevante sobre dicha dimensión consiste en la trascendencia del paradigma del ordenamiento. Cada encuadre tiene sus propias fronteras, límites aparentemente estáticos, de movilidad irregular e inestabilidad caprichosa, que reflejan el sentido original de lo político. Por tanto, una dimensión política integral posibilita la existencia de un campo de distribución espacio-temporal, así como un momento para disensos donde prácticamente TODOS pueden hablar y opinar.
Consideradas como ingenuas por algunas instituciones, las iniciativas ciudadanas son capaces de incidir directamente sobre los modos de acción de aquéllas; si no como tal, por lo menos han logrado inspirar ciertas iniciativas que terminan siendo obra y gracia de la institución. Ejemplo de ello es la restauración del corpus fílmico sobre el Primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar: capacitación técnica a partir de la cual un grupo de tejedoras Ikood realiza tres cintas durante 1985. El proyecto fue censurado en su momento y actualmente sólo se conoce una de las producciones, mientras que las dos restantes duermen en las bóvedas de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Cabe mencionar que dicho proyecto tuvo una relevancia sociocultural tanto para la comunidad protagonista como para la propia historia del cine.
Muchos han sido los momentos álgidos de aquel proyecto, hecho que refleja ciertas circunstancias de enmarcamiento. Su focalización tiene fundamento en intereses ajenos a la esencia del proyecto. Desafortunadamente, eso sucedió durante la década de los ochenta –época en que se realizó y exhibió por primera vez Leaw amangoch tinden nop Ikoods (La vida de una familia Ikoods), única cinta que se conoce de dicha experiencia– y los noventa; no sería extraño que esto ocurriera de nuevo ahora que la institución ha autorizado la restauración de dicho material.
¿Por qué, de la noche a la mañana, tras veintiséis años de olvido institucional, deciden restaurar un proyecto censurado que, a su vez, es pionero de la comunicación intercultural en México?
El proyecto Primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar se encontraba sumido en el olvido de los principales involucrados. Y con justa razón pues el epílogo no fue nada generoso. Sin embargo, esto no sucedió en el ámbito académico pues los especialistas han estudiado el caso desde su surgimiento: se continúa proyectando en seminarios de cine etnográfico, existen amplios debates acerca de su trascendencia e, incluso, se siguen dedicando estudios completos para esclarecer esa experiencia.
Cuando la institución y sus involucrados ya-no-amnésicos notaron que dicha restauración podría ser sustentable, nunca pensaron en los cientos de académicos y estudiantes que han revisado una y otra vez el único material que avala la existencia del proyecto, ni en los actores sociales que apuestan por un fomento integral de la comunicación intercultural. Afortunadamente, la existencia de estos “invisibles” ha extendido la memoria colectiva respecto al caso, mediante la recreación y actualización de una historia que, de ser por la institución, sólo existe si representa una cifra cuantiosa en su informe anual de actividades.
En suma, es interesante notar que la plusvalía de un proyecto varía en relación con la inestabilidad de lo político, pues mientras a casi nadie parece interesarle –ni siquiera a los propios involucrados– inminentemente se convierte en un objeto de culto para después ser olvidado. Tómese esta reflexión como un falso augurio de lo que sucederá con la restauración del material fílmico sobre el Primer Taller de Cine Indígena en San Mateo del Mar.