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Julio del 2010, ultimo día de rodaje del documental Shipibo, la película de nuestra memoria. Luisa Elvira Belaunde, Alex Giraldo y yo emprendimos una hora de viaje desde Pucallpa a la comunidad shipibo Santa Clara, donde según algunos informantes vivia una persona mayor que podia identificar a algunos de los personajes que aparecían en la vieja película de Harry Tschopik Jr. filmada en 1953. Nuestro objetivo era precisamente ese, encontrar quienes eran las personas y comunidades retratadas en el filme que ahora retornaba al Perú y del cual se sabia poco porque hasta ese momento no contábamos con las notas de campo de Tschopik.
El sector “Nuevo Chicago” de Santa Clara es el homenaje de los shipibo a importantes investigadores sociales provenientes de EE.UU., por esa misma razón en el centro de la comunidad flamean banderas de varios paises. Aqui vive José Roque Maynas, Inin Sheka (“Olor fragante”) para los vecinos. Nacido en 1948 es el padre de 4 hijos y uno de ellos, Russell, inspirado en las continuas visitas científicas a su casa, ahora es un flamante antropólogo sanmarquino.
José reconoció a su suegro Catalino en la vieja película que le mostramos, también la desaparecida comunidad de Punchana que alguna vez se levantó a orillas de Yarinacocha. Pero José también contó cosas escondidas de su vida, entre otras,su experiencia como cineasta indígena 40 años atrás.
Todo empezó en 1970, cuando el antropólogo holandés Tom Arden llegó a Pucallpa junto a su compañera inglesa Caroline a capacitar artesanos shipibo en la mejora de la comercialización de sus productos y talleres sobre administración de empresas. Parte de este proyecto sobrevive aún y se puede ver en la plaza de Yarina, Maroti Shobo es la casa artesanal de los shipibo que fue donada por el proyecto de Arden y Caroline. Esta pareja creía haber capacitado adecuadamente a los artesanos para que continuen solos con la producción y comercialización pero -según cuenta José Roque- no se avanzó cual lo esperado.
A pesar de este fracaso, Tom Arden quería continuar trabajando con los shipibo. En esos años iniciales de la década de los 70, el principal problema en Yarina era la sobrepesca en la conocida laguna de Yarinacocha y que podia llevar a la desaparición de los peces, principal fuente de proteínas de los pobladores. Por esa razón pensaron en promover su cuidado con un sentido preventivo y entre las multiples posibilidades para sensibilizar a este pueblo amazónico eligieron el cine. Arden consideró que el cine era un valioso aliado para preservar la sabiduria ancestral de los indígenas.
Nació así el “Proyecto Audiovisual Shipibo” y el grupo inicial estuvo conformado por cuatro activos personajes: Enrique Flores, Manuel Gonzáles, José Roque y uno más de la Cuenca del Caco cuyo nombre ya olvidó José.
Estos 4 entusiastas cineastas amazónicos viajaron a Lima en 1972 y fueron capacitados durante una semana en un convento de curas canadienses de Chaclacayo. A la par de la instrucción técnica, durante esos días cada uno de ellos debía elegir un tema de filmación vinculado al medio ambiente y la cultura shipibo, el compromiso fue filmar durante un mes en la locación que ellos considerasen conveniente. Ya de regreso, a cada uno se le dió una cámara Sankyo de 8mm, trípode, microfono y grabadora de audio para lanzarse “a la cancha” de la aventura fílmica.
José Roque era consciente de la importancia del tema ambiental ente los shipibo, asi que eligió filmar como se cazaban los animales de la selva y los problemas con los cazadores furtivos que cazaban sin permiso y cualquier animal. Para ello se trasladó hasta la comunidad de Callería, a pocas horas de Pucallpa, acompañado de varios pobladores de San Francisco quienes serían sus protagonistas, sus actores, vale decir, se valdría de puestas en escena para representar el tema de la caza ilegal.
Entre los cuatro noveles cineastas lograron filmar 24 rollos de 30 minutos cada uno, rollos que se enviaron hasta Holanda a revelar. A su retorno visionaron el resultado y se percataron de un problema grande: los otros compañeros habían filmado imágenes diversas, pero no lo esperado. Enrique tenía imágenes del Hospital Amazónico y de autos avanzando por las calles de Pucallpa, Manuel se había concentrado en la gente caminando por las calles, mientras que el compañero del Caco había filmado travellings caminando. José, quien no contó con ningún asesor durante el proceso de filmación, fue el único en cumplir con las imágenes planificadas, incluso –afirma orgulloso- en Holanda no creian que él las había filmado.
Con este material fílmico en bruto se concentraron en una casa alquilada en Yarina y valiéndose de una pequeña moviola emprendieron el reto de hacer cuatro cortos de 15 minutos que integrarían a una sola película de una hora. José fue el responsable de cortar las cintas y montarlas. “Usábamos un pegamento especial” nos dice emocionado rememorando esos tiempos, “la moviola tenía tres canales, en el canal 1 se insertaba el audio en idioma shipibo, en el canal 2 el audio en castellano y en el canal 3 el audio en holandés”.
Luego de varias semanas de trabajo el filme quedó listo. José fue el responsable de coordinar las proyecciones en comunidades del alto Ucayali (rio Caco), en el medio Ucayali (Callería), el bajo Ucayali (Pisqui), incluso en Aguaytía. Con un bote viajaron durante 8 meses difundiéndolo gracias a un proyector Elmo, parlantes y un generador eléctrico. Pero las proyecciones eran en realidad cine foros conducidos por el propio José: “era importante porque después yo tenía que presentar la película y dirigir la dinámica preguntando ¿qué les ha parecido la película, qué sienten sus corazones?”. De todas las reacciones tras las proyecciones, José recuerda la preocupación de la población por la desaparición de su cultura y el consecuente cambio en el relacionamiento con la naturaleza. “El problema es que los jóvenes no quieren usar cushma, no quieren hablar el idioma”, decían algunas abuelas.
Pero el proyecto tuvo un cambio radical cuando llegó un nuevo asesor para reemplazar a Tom Arden. Se trataba del irlandés Noel Dune quien –según los testimonios- no habría logrado integrarse armónicamente al mismo. “Este asesor no funcionó muy bien, era muy engreído, criticaba a nuestra federación FECONAU(Federación de Comunidades Nativas de Ucayali), hasta se expresaba con lisuras y nos peleamos con él”, señala con tristeza José. “Incluso manejó mal el dinero”, recalca.
Se desató el conflicto y el mismo José Roque escribió una carta a La Haya, dirigida a la financiera del “Proyecto Audiovisual Shipibo” explicando lo que venía sucediendo, pero la reacción de Noel Dune fue también enérgica llegando a denunciar que dentro de las latas usadas para transportar los equipos se transportaban drogas. Dune los acusó en la Haya y el resultado fue la paralización del proyecto. “Allí acabó, allí murió el proyecto”. Era 1974.
Sin embargo, a pesar de estas desaveniencias, Tom Arden recomendó entregar la infraestructura cinematográfica a la comunidad de San Francisco para que puedan continuar filmando y proyectando. En una ceremonia se entregó al jefe shipibo Marcial Vásquez las películas, una cámara Sankyo con sus accesorios, el proyector y los parlantes. Marcial guardó los equipos y materiales un tiempo. Ya nadie filmó, el mismo José ya no volvió a tomar fotos ni a filmar y, según asegura, toda esta donación estuvo en poder del jefe hasta el año 1982 aproximadamente, de allí desapareció, no se sabe su paradero actual.
José Roque viendo "Shipibo, Men of the Montaña".
Luego de casi 40 años, Inin Sheka, el primer cineasta shipibo del Perú y quizás el primero de nuestra Amazonía, reflexiona sobre el “Proyecto Audiovisual Shipibo” y su importancia para la memoria de su pueblo, sin embargo lamenta que la película se haya perdido. Espera -al igual que lo sucedido con la película de Harry Tschopik Jr.- que una copia se encuentre en algún archivo, quizás en Holanda o en manos de los familiares de Tom Arden, de quien nunca más supo. Pero lo que mas lamenta José es que finalmente el objetivo inicial de sensibilizar a la población para evitar la depredación de Yarinacocha no se cumplió. “Ahora en Yarinacocha ya no se puede pescar nada, las redes deben ser de trama pequeña para atrapar solo pescaditos chicos, a la gente solo le queda pescar lejos o comprar el pescado”, nos dice con tristeza José Roque Maynas.
Los proyectos de cine indígena, de autorepresentación, ha tenido diferentes resultados en América Latina. La constante es que el éxito de las experiencias esta supeditado principalmente a la necesidad endógena, la búsqueda por parte de los propios pueblos indígenas de usar el cine y el video para reflejar sus historias, su cosmovisión y también su posición frente a los permanentes arrebatos e impactos de las políticas estatales y proyectos extractivistas de alto impacto como la extracción petrolera, concesiones madereras, carreteras, represas, etc., mas aún, se vuelcan a los medios audiovisuales porque ya conocen de su poder informativo y movilizador y es la respuesta natural cuando no tienen acceso fácil a los medios masivos de comunicación que muchas veces se mueven por intereses contrarios a ellos.
Sin embargo también existieron fracasos, mayormente cuando la experiencia nace en el escritorio de algún científico social altruista quien con buena voluntad financió todo el proceso y –como en el caso del “Proyecto Audiovisual Shipibo”– hasta donaron costosos equipos sin pensar en la sostenibilidad, en la continuidad de las actividades en manos de los indígenas participantes quienes propablemente tenían otras prioridades en mente. Aquellos quienes formamos parte del movimiento de comunicación y video popular en el Perú de fines de los ochenta vivimos algo parecido. Muchos activistas de organismos no gubernamentales (ONGs) trabajamos en proyectos con poblaciones urbano marginales de Lima y también andinas, quienes participaban en la elaboración de los guiones y en el proceso de rodaje, tanto en lo técnico como representando su propia vida. Muy pocos continuaron en esta actividad una vez terminado el financiamiento extranjero.
En el contexto de la Cuenca amazónica, la apropiación del cine y video es prácticamente consecutiva al declive de estas experiencias urbanas, con un fuerte énfasis reivindicativo que en su momento también dependió del financiamiento foráneo para su equipamiento y ejecución, sin embargo desde mediados de los años 90 la masificación de lo audiovisual, la internet y la aparición de diversas tecnologias de bajo costo permitió que campesinos e indígenas puedan incursionar en la realización de reportajes, documentales y hasta puestas en escena notables como las realizadas por indígenas brasileros capacitados por Video Nas Aldeias y los campesinos bolivianos que hasta cuentan con un Plan Nacional de Comunicación Audiovisual Indígena.
Regresando al Perú, luego de esta primera experiencia audiovisual del año 1972 se han sucedido otras en comunidades shipibo, la mas reciente es el proyecto deDocuPerú y la asociación Warmayllu, quienes a mediados del año 2011 movilizaron cerca de una docena de personas desde Lima y cinco equipos completos de video para realizar conjuntamente con alumnos indígenas de la Universidad Intercultural de la Amazonía documentales en Pucallpa y comunidades aledañas, obras audiovisuales que ya se difundieron en las comunidades ucayalinas y diversos espacios culturales. Tambien es importante resaltar que en el Taller de Actualización profesional para Cineastas Regionales convocado por Conacine a principios del 2011, el único indígena amazónico que participó fue justamente un shipibo-conibo, Ronald Suarez Ronin Tsoma, quien con mucho entusiasmo está buscando los fondos para realizar su primer corto, “El Akorun”, una vision mítica que explica la disminución en el caudal de los grandes rios.
Inin Sheka, José Roque, no se ha dado cuenta aún del papel que le ha tocado jugar en la historia del cine amazónico. Con mucha humildad continúa divulgando su cultura y sigue valorando el papel del cine como un aliado para este propósito. Todavía tiene la esperanza de reencontrase con las imágenes que filmó hace 40 años, aquella película que realizó junto a otros tres compañeros shipibo y apoyado por un antropólogo holandés, una película que sus propios hermanos responsables de su cuidado no supieron valorar por lo cual ahora lamentan su deterioro y perdida. Esas imágenes, cuya copia estará guardada en algún almacén europeo, tienen un gran valor porque fueron hechas por los propios shipibo, el primer testimonio cinematográfico realizado por indígenas amazónicos, donde reflexionan sobre su vida y reflejan sus angustias, sus alegrias, sus deseos, su visión del mundo. Encontrarlas sera un maravilloso reto para los amantes del cine y no dudo que aquí se inicia una aventura para quienes trabajan en la recuperación del archivo nacional audiovisual. Ustedes tienen la posta.